Me dijo, tras invitarme a una cerveza, que recordaba bien aquella noche, que estaba nervioso, pero no nervioso como antes de un examen. “Más, tío. Bueno…, más no, distinto”.
Me contó que a falta de unos minutos para salir al escenario se había sentado en la plaza del Seis de Agosto para relajarse, porque aquel era un gran momento para él y para su grupo. Tocar en una sala tan mítica, que les hubiesen llamado a ellos… Eso significaba algo, creía él. De aquella solo llevaban un año juntos y tres conciertos en pequeños bares. La maqueta que les habían grabado había dado su fruto. Su música gustaba. Solo había que dar un conciertazo que les diese la reválida en directo.
Me dijo que cuando iba caminando hacia el local se le acercó su batería, eufórico, y le dijo que aquello se estaba petando, que estaba Rafa Kas y Jorge Explosión. Dijo que no quiso oír más, que no quiso ponerse más nervioso, que allí estaba el público cualificado y que aquello era otra liga.
En esta parte de su narración estaba como loco, se le veía la pasión en los ojos. Decía que se había colgado la guitarra, que había mirado al bajista y al batería y que ¡bum!, la vagoneta de la montaña rusa había empezado a descender a toda velocidad…, que aquella era una sensación de vértigo placentero, una mezcla de miedo y disfrute, de gracia en medio de un dulce tormento.
Las siete canciones que tocaron le pasaron volando. Se recuperó de los fallos y de los dedos mal puestos con torería, alardeó. Y se puso lírico al decirme que le “creció el alma” cuando vio a la gente bailar al ritmo de su mano. Decía que con el último acorde se había sentido en el cielo.
Continuó contándome que, tras recibir unas cuantas palmadas en su sudada espalda, se acercó a la barra y se cruzó con Igor Pakual y que este le había dicho de forma muy sincera que eran buenos, y que para él eso había sido la palmada definitiva.
Me confesó que la dopamina le salía por las orejas y que desde ese día no volvió a ser el mismo, que ahí supo que su vida siempre giraría en torno al rock and roll.
Esto me lo contó ayer en el Savoy, porque esto le pasó hace tres años en esa misma sala. Hoy sigue tocando y con 24 años es un gran guitarrista.
Esta noche cierra el Savoy de la calle Pelayo. Su dueño, Javi, dice que será un periodo de barbecho. Seguro que cuando se vuelva a trabajar esa tierra dará más frutos e incluso aún mejores. Muchas gracias por estos cinco años alimentando sueños.
viernes, abril 08, 2011
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