El lunes pasado no quería salir, pero sus amigos le llamaron unas diez veces para convencerle. “No tengo disfraz, ando mal de pasta… Si eso, como mucho, ya me paso a tomar una luego. Os pego un toque al móvil”, les dijo para quitárselos de encima a media tarde. “Ni loco. Tú sales sí o sí, y sales disfrazado. Agénciate el disfraz típico de última hora: mono de Juliana, careta y cachiporra”, le forzó su entusiasta amigo.
Unas horas más tarde, con mono y una careta de Shrek que le dejó su hermano pequeño, subió con sus amigos a Cimadevilla. Siete chavales rondando los veinte, pertrechados con bolsas de supermercado llenas de refrescos, botellas de espirituosos y vasos de plástico.
La plaza del Lavaderu hervía llena de color con los disfraces, había más gente que en un día de verano. Grupos de coetáneos suyos rodeaban alijos como el suyo: Botellas de Dyc, Cocacola, bolsas de hielos… Bebiendo y dándose cachiporrazos fue avanzando la noche. Hablaron con unas diablesas, con unas enfermeras y con unas jugadoras del Sporting. Sin saber cómo le comió la boca a una que llevaba una camiseta de Juanele. Cuando terminaron su cargamento y la plaza comenzó a vaciarse se fueron a un bar. “La Pocahontas esa de antes estudia conmigo y yo creo que tengo tema con ella. Vamos hasta el Bola a buscarla” les rogó un amigo. Y allá fueron. Bebió agua en el bar, y al cabo de una hora, un poco más cuerdo que antes, se percató de que le faltaba la careta de su hermano. “Voy pal Lavaderu que perdí la careta.” “¡Que le den a la careta!” “¡Me mata mi hermano si la pierdo!” “Te la quitaste cuando te enrollaste con Juanele.” Todos se carcajearon y él salió corriendo.
En la plaza ya no había casi gente. Bordeó toneladas de basura, subió las escaleras y encontró la careta, estaba pisoteada. La cogió y la limpió aliviado. Miró la plaza. Una batalla, un seísmo... Bolsas, vasos rotos, botellas de dos litros vacías, cristales… Nunca se había fijado en los efectos de un botellón. Nunca había vuelto medio sobrio a la escena del crimen. Alucinó. De la que bajaba a buscar a sus amigos, escuchó a un hombre que barría delante de una de las sidrerías comentarle a otro, vestido de municipal, que este carnaval el Lavaderu se había disfrazado de polígono sevillano, de esos que salen en la tele cuando acaban los exámenes, y que esperaba que esto no siguiese así durante la primavera y el verano. Y el municipal, que no iba disfrazado, se encogió, comprensivo y escéptico, de hombros.
viernes, marzo 11, 2011
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