jueves, febrero 17, 2011

Mi verdad...

En la sala de profesores se pone a buscar en el diccionario el término “verdad”. Nunca le gustó mucho la Filosofía, ni en el bachiller, ni cuando en la carrera se trataba algo que oliese a “filosófico”. Ella terminó Magisterio del tirón, preparó su oposición y se puso a dar clase. Ahora ya tiene dominado el día a día en el aula, pero de vez en cuando le surgen preguntas a las que no encuentra respuesta, y son sus alumnos de 7 años los que las desatan.

Lee con atención. Hay varias acepciones. Las lee todas detenidamente y se queda bastante confusa. Busca en la estantería y saca un diccionario de términos filosóficos. Comprueba que hay 5 páginas dedicadas a la entrada “verdad”. Ve que hay, grosso modo, dos sentidos: uno que sirve para referirse a una proposición y otro para referirse a una realidad. Sigue leyendo. Intenta profundizar más.

Y es que hoy, como llovía, los niños se han quedado en clase durante el recreo: algunos cambiaban cromos, otros se arremolinaron alrededor de una Nintendo, y otros, en determinado momento, se pusieron a armar un revuelo tremendo en una esquina que la obligó a levantarse de su mesa e ir a ver qué pasaba. Cuando se acercó, comprobó que estaban discutiendo. Uno de ellos decía que aquello -ella no sabía a qué se refería- no era así, que lo que decía otra niña -a la que señalaba- no era verdad. Y la señalada, con sus siete añazos, le soltó, más ancha que larga, que sí, que era “su verdad”. A lo que el otro respondió que lo que es verdad es verdad y punto, y que el resto era mentira. Ella se quedó mirándolos sorprendida por la profundidad de la discusión a tres pupitres de distancia. Y lo que la rompió del todo fue que una tercera, la más mico de todos, sentenció que para saber la verdad había que someterles al “bolígrafo”, que así se sabía si decía la verdad verdadera. Los demás quedaron bastante conformes con la solución y se pusieron a realizar dicha prueba con un cuaderno de caligrafía, con un boli Bic y con una mochila sobre el pecho de la interrogada.

Volvió a su mesa sorprendida aunque no extrañada, los niños conocían tan bien como a Bob Esponja a Belén Esteban o a Kiko Hernández. Y es que merendaban viéndolos a diario. Sabía que había pasado algo con la máquina de la verdad en estos días, pero no le cabía en la cabeza que a sus alumnos les pudiese marcar tanto como para jugar a ello, y que además les hiciese plantearse cuestiones relativas a algo tan profundo como “la verdad”. Ni ella sabía bien cómo responder a la pregunta de “qué es la verdad”. Ellos sí. Con la ciencia del “bolígrafo”.

Cerró el diccionario de Ferrater Mora informada pero confusa. Recordó que ella merendaba con Barrio Sésamo, y le pareció que aquello había sido en el siglo pasado. Y era verdad.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Buenísimo....ponte a escribir el libro ya!!!!
P