Tomo una cerveza con una amiga que es profesora. La noto cansada. Me dice que hoy ha tenido tarde de padres y que está regulera. Le pregunto si la ha amenazado algún padre (no sería la primera vez). Sonríe resignada y me dice que esta vez no. Le da un largo trago a su cerveza y me cuenta que tiene una alumna de siete años que llora a diario en el colegio, que es pasar media hora de clase y que la niña comienza a sollozar desconsoladamente. Que al principio pensó que era porque algún compañero se metía con ella, pero que comprobó que, ante tal lloro angustiado, incluso los compañeros más abusones se quedaban paralizados. Me dice que intentó hablar con la cría, pero que la niña no deja de hipar y de temblar, y que ya la semana pasada llamó a sus padres. Y hoy fue la madre a la tutoría.
“La madre”, me relata mi amiga, “estaba tan cohibida como la hija. Yo le pregunté si no le había notado nada raro en casa. Y me dice, avergonzada, que es que su padre lleva en paro más de un año y que, últimamente, ellos discuten muy a menudo…, que intentan no hacerlo cuando los niños están presentes, pero que no siempre lo consiguen. El hermano de la cría va al cole también. Tiene 9 años y está siempre metido en líos en el patio. A veces les trae el padre al colegio. Llega vestido de chándal, con los cuellos del pijama saliendo por debajo de la chaqueta. ¡Y fumando un porro ya a las ocho de la mañana! ¡Es un cuadro ver eso! Y ya ves, chico, estoy un poco afectada por la pobre cría”.
Arqueo las cejas y suelto aire. Me sigue contando: “Después fui a hablar con el profesor del hermano, y me dijo que la última vez que habló con la madre del crío… -porque el chaval no hace nada en clase y jamás trae los deberes hechos- le dijo que cómo iba a obligarle a hacer los deberes cuando el padre estaba todo el día jugando a la consola. ¡Así que imagínate el tomate que tienen esos dos probes guajes!”
Me quedo callado mientras ella vacía la cerveza y pide otra. Anoto el esfuerzo en la lista de bajas de esta tercera guerra mundial en donde no ha habido muertos reales, solo muertes virtuales. Puedo entender al padre sin esperanza: para qué esforzarse. Pero me aterra el panorama emocional colectivo. El ejemplo apático a unos niños que, de serie, vienen llenos de empuje.
No es fácil educar con la tribu de luto.
jueves, febrero 03, 2011
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2 comentarios:
Acabo de llegar y estoy fascinado por lo que leo. Coincido contigo en muchas cosas. Saludos y enhorabuena por el blog.
Hola!! Me gusta tu blog!! realmente engancha!! Voy a seguir cotilleando, pero antes de despedirme quería invitarte a mi baúl, por si quieres compartir algún sueño con todos los amigos de Coquette. Te espero!
Hasta pronto =)
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