Llegó el adviento y con él, el frío. Y, en esta ocasión, la nieve urbana. Esa tan celebrada por los niños.
La gente quiere cambios en las rutinas y las calles nevadas parece que ilusionan, nos dan aspecto de página en blanco, de texto aún por escribir, de inicio aún sin borrones. Pero la nieve apenas cuaja junto al mar.
Ella no puede dormir y mira por la ventana. Caen en la noche trapos aplomados que se hacen visibles a la luz de las farolas, y se diluyen al tocar el suelo. Hasta que, por insistencia del cielo, el asfalto y las aceras van desapareciendo. Ella espera la llegada de un cambio interior. Los días empezarán en breve a estirarse muy lentamente y le han dicho que la luz y la alegría llegarán, no de golpe, pero llegarán. Sabe que lo importante es el camino hacia la cima, se lo ha dicho su psicóloga: que lo más importante es saber que aún nos queda ascenso, que todo es susceptible de mejorar. “Que las cosas van a mejorar” se dice en voz alta en el salón a oscuras. Ahora está en sus días más cortos y en sus noches más largas. Pero en breve cambiará. Lo dice el calendario. Depende, en parte, de ella.
Él, que ahora duerme en la habitación, se lo ha dicho muchas veces y, aunque ella siente que él no la entiende del todo, aprecia su esfuerzo. “Para salir de ahí sonríe, sonríe todo el rato, aunque no tengas ganas, ya te llegarán.” Y sigue nevando. Sonreír todo el rato, aún sin motivo. Es casi lo mismo que le dice la psicóloga. Y puede que ambos tengan razón. No encuentra motivos para estar triste, y sin embargo lo está…, lo mismo podría estar alegre.
Y la calle ya está toda blanca. Se va a la cocina y pasa por delante de la habitación de la niña, que duerme también, perdiéndose la nevada. Se hace un té y mira el reloj digital del horno. Las 05.36. Se bebe el té a sorbitos. A pesar de haber dormido menos de dos horas, no tiene sueño. Vuelve al salón. Contempla de nuevo la calle cubierta, como sin estrenar, y se sienta en el sofá deseando que la niña se despierte y vea la nevada. Y se duerme.
Su marido la despierta suavemente. Son las 8.03 en su teléfono. Se despereza, hace café, pone la tele y despierta a la niña para ir al cole. “Ha nevado, cariño” le dice. Y la pequeña, con el esquijama de Hello Kitty, corre a la ventana del salón. “¡Los coches tienen nieve!” grita emocionada. Ella se acerca y ve las aceras y el asfalto sucias y mojadas. Ahora llueve. Y le da rabia que su hija no lo haya visto todo inmaculado. Nunca ha visto aún Gijón con nieve. Y se da cuenta de que las cosas no esperan. Y que para reír, mañana puede ser muy tarde.
jueves, diciembre 02, 2010
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1 comentario:
Me gusta P,como siempre al cabo de la calle con los temas.
Paula
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