Hoy no tuvo clase a última hora y se fue a casa un poco más temprano. Tenía que corregir los primeros exámenes del año y le daba una pereza tremenda ponerse a ello, así que se sentó frente al televisor con un plato de sobras del fin de semana y, postergando lo más posible ponerse a hacer sus deberes de profesora de Lengua y Literatura, hizo zapping compulsivamente. Subió y bajó un par de veces por los treinta y tantos canales y se atascó en Tele 5. Jorge Javier Vázquez y unos amigos voceras hablaban sobre Belén Esteban, sobre su marido y sobre la amante de este, que fue flor de un día según unos y querida en plantilla según otros. Discutían sobre el posible perdón de la princesa del pueblo a su amado esposo. Y se interesó, sin querer interesarse, por el culebrón; en ese programa con aire de corral de comedias, donde lo mismo discutían, que comían, que salían a bailar la música de los tonos para el móvil; donde se veían los bastidores, los cámaras, y los guionistas, algunos, sospechaba ella, sentados incluso en el mismo plató. La modorra la fue conquistando y con el cacareó de los contertulios bailarines se durmió.
A la media hora se despertó y el debate seguía. ¿Qué iba a hacer Belén? ¿Perdonarle? ¿Perdonaría que él hubiese mandado un comunicado de prensa? Porque no solo era el engaño. Era el cómo había sido. Allí salió un amigo íntimo de Belén que además, casualidades de la poética contemporánea, era también su representante, diciendo que ella quería mucho a Fran, y Fran más a ella, y que la tercera en discordia había sido un desliz, y que ya hablarían cuando tuvieran que hablar, sin cobrar o cobrando, porque eso era lo de menos. Y algunos buitres graznaban que no volverían, otros que ya estaban tardando. Y alguno decía que era un montaje. Y el pan seguía subiendo.
Le dio la sensación de que todos los que estaban como ella, al otro lado del televisor, sabían que era un montaje, pero le daba igual porque ni la misma Jane Austen, ni los guionistas de Dallas podrían parir una trama como esta: El Show de Truman en versión española.
Apagó la tele y se puso con los exámenes. Pensó en sus alumnos y en su falta de interés por casi todo. De pronto se levantó, buscó en la estantería y cogió varios libros: Fuenteovejuna, La dama boba, Peribáñez y el Comendador de Ocaña y El castigo sin venganza. Había visto que habían estrenado una peli sobre Lope, ya había pensado en recomendarles verla. Pero ahora, tras apagar la tele, pensó en que todo aquello no era más que parte de la cultura española en versión diez punto cero: La honra, el qué dirán y el todo por los cuartos. En esencia, más Lope que en la película. Así que encendió la tele de nuevo para ver nuestro Siglo de Oro.
jueves, octubre 14, 2010
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2 comentarios:
Eres bueno relacionando cosas...
Me gusta tu estilo, muy bueno.
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