Formas de conducirse por la vida

Le pitan de forma agresiva. Una chica en un 206 le insulta al pasarle. Ve a otros conductores hacerle aspavientos. Siente que todos le miran. “Nopasanada.Nopasanada” repite en voz alta. Se ha parado en doble fila después de dar unas vueltas torpes y dubitativas alrededor de la plazuela San Miguel. Está aturdido y bloqueado, pero le cuesta reconocerlo. Su mujer, en el asiento de al lado ya no le dice que deberían haber cogido un taxi. Se lo ha dicho 15 veces desde Jove hasta aquí, pero ahora le ve desesperado y derrotado. Él suda al volante con la chaqueta puesta.

Se empeñó en coger su coche, el Renault 25 que compró al jubilarse, hace ya veintitantos años, para ir conduciendo al funeral de su amigo Juan. Ella pensó que era un acto de rebeldía absurdo. Una forma de reafirmar su salud, de alejar de sí el momento del adiós que ya les había llegado a casi todos sus amigos. “¡A mis 81 estoy perfectamente para conducir!” había dicho anoche cuando se enteraron de que el funeral era en San Lorenzo, aunque ya llevaba más de tres años sin ponerse al volante. Ahora su nieto pequeño era el que usaba ese coche de vez en cuando. Por eso, viéndole indefenso allí sentado, ya no quería echarle más en cara su cabezonería y le sugería que aparcase en la parada del autobús y que llamasen al guaje para que cogiera él el coche.

El plan original era ir al parking de Begoña y caminar hasta la iglesia. Y todo había ido más o menos bien hasta Manuel Llaneza. En la transitada y caótica calle, un repartidor motorizado que zigzagueaba entre el tráfico le hizo clavar los frenos porque, a su juicio, casi se lo come, y se ganó una pitada del coche de detrás. Después comenzó a dudar qué carril elegir, qué calle coger. Y las curvas que trazaba cada vez era más lentas, como con miedo a equivocarse. Le desorientaron las obras de Begoña y la vía se le fue estrechando, y los pitidos aumentaron de frecuencia y de intensidad. Y sus manos comenzaron a agarrar con más fuerza el volante. Tras callejear sin rumbo llegó a San Miguel y dio vueltas en un carrusel de derrota hasta que se detuvo. “Nopasanada.”

Después un rato en silencio le hizo caso a su mujer y esperó en la parada frente al Santander a que llegase el chiquillo. Un municipal motorizado se acercó a la ventanilla. “No puede usted detener el coche aquí” le dijo. “Estoy esperando a mi nieto, se va a llevar el coche él” contestó. “Esto es una parada de autobús. Puede usted aparcarlo allí”, le dijo el policía señalándole un sitio vacío un poco más adelante. “No, hijo, me temo que no puedo” repuso con desgana. “¿Se encuentra usted bien?” le preguntó el agente. Dudó qué responderle, y tras unos segundos le dijo: “Sí, al fin y al cabo es más sano caminar. Alarga la vida.”