El llegar a casa respigada, sumado a los estornudos recurrentes de los últimos días, la ha hecho tomar la determinación de cambiar la ropa del armario. Se había resistido porque el sol estaba empeñado en acompañarla en su paseos al trabajo. Pero este sol de septiembre es un judas y engaña a los de norte, que nos dejamos embaucar por un cielo azul hasta en el mes de enero. Queremos ver donde no hay. Y ya no hay calor. Ya no el de sandalias o el de camisetas de tirantes. Así que apila en cajones de plástico las prendas estivales y saca la artillería pesada para el frío y la humedad, aunque deja las faldas cortas encima de la cama, a ver si se las puede poner con unas medias durante los próximos meses.
Y de esos mismos cajones que ahora reciben bikinis y pareos salen jerseys de lana, y botas altas. Y se da cuenta de que antes, hace unos años, con cada prenda que sacaba en este ritual brotaba un recuerdo, o varios. Pero ahora ya no. Lo que saca es casi todo de la última temporada, como mucho tiene dos o tres años. Vive en una casa pequeña, no puede permitirse acumular. Si algo entra, algo sale. No siempre es así, pero periódicamente hace limpiezas. Ahora, en este cambio de estación, aprovecha para tirar alguna prenda. En realidad no tira ninguna, las lleva al ropero de las Hijas de la Caridad. Y va bastante. Con grandes bolsas de basura con ropa nueva. Ropa nueva porque se la ha puesto 6 ó 7 veces, pero que ya no le gusta, que ya no se lleva, o que ya no le gusta como le queda. No es rica, pero Zara, Mango y Blanco la abastecen de forma relativamente asequible de las prendas que Elle, Vogue y Telva le dicen que son imprescindibles. Ella es consciente de que compra más de lo que necesita, pero siempre se justifica: esta cazadora es realmente barata, esta camiseta realmente la necesito, siempre he querido unas botas como estas…
Pero ahora mira todas estas prendas, asépticas emocionalmente, y añora los años en los que un abrigo era un largo compañero de viaje. Recuerda uno verde con el que hizo toda la carrera, y unos vaqueros que acabó tirando porque el algodón estaba transparente, y un jersey de Tablas con el que hizo medio bachillerato. Aquellas prendas eran parte de su vida, eran parte de su personalidad. Le gusta poder ir a la moda, pero echa de menos prendas a las que les dé tiempo a hacerse a ella.
Y piensa todo esto colocando camisas y chaquetas en las perchas. Y cuando acaba, mira su armario y anota mentalmente que mañana, después de pasarse por el ropero, tiene que ir a Maximo Dutti a por una gabardina que está segura de que se quedará como fondo de armario. Por lo menos, hasta el año que viene.
jueves, septiembre 30, 2010
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