Hace una semana tenía arena entre los dedos y ahora lleva una camiseta, una camisa y un chubasquero, y no se acuerda para nada de la playa. Si lo pensase le daría la sensación de que habían pasado siglos desde el último castillo que levantó a la orilla del Cantábrico, pero el tiempo subjetivo de los niños es extraño y el clima del norte aumenta en cuestión de horas la distancia entre el verano y el otoño, por eso en el camino a Porceyo, con su madre y con su abuela, sólo piensa en el pupitre, en si los compañeros serán los mismos del año pasado, en la profe que le tocará y en que este año no le reñirán por hablar en clase. Todo eso está en su cabeza cuando su madre aparca en el centro comercial. Sobre la enorme nave ve carteles con niños en mandilón, que él ya no llevará. “Vuelta al cole 2010.” Ya lee sin problemas. Este año sí. En verano ha leído unos cuantos “cuentos” largos y casi sin dibujos. Y todos para sí, sin leerlos en voz alta.
Buscan en zapatería unos playeros. Se enfada porque quiere unos de Spiderman y en el carro han metido unos rojos y blancos que no ponen nada. Su abuela le dice que son como los del Sporting y se tranquiliza un poco, pero por momentos le parece que su abuela se la ha dado con queso, porque ella no sabe ni quién es Barral… Pero todas estas suspicacias desaparecen cuando llega al pasillo de útiles escolares. Un paraíso lleno de capetas con la cara de Casillas, libretas de Spiderman, lápices de Hello Kitty, mochilas de Hanna Montana. Tras 20 minutos de encendidas deliberaciones se van hacia la caja con una mochila con el escudo de la selección que pone “Campeones del Mundo”, 10 libretas de cuadros, un paquete con 5 lápices, unas Plastidecor de 24 colores –las ha preferido a las Alpino, que era la otra opción que le había dado su madre, inflexible frente a los Carioca. “Yaestásdejandolosrotuladoresahí”. Por la caja también pasan unos forros para los libros, tajalápices y gomas de borrar. La suma supera los 60 euros. Ni su madre ni su abuela se asustan: esta tarde habían pagado los libros y todo lo demás les parece barato.
Él ansía llegar a casa y abrir todos los paquetes. Pero se los raciona: un lápiz, una goma, un taja y las pinturas. Con ellos rellena el estuche de Fernando Alonso que tiene del año pasado y se acuesta pensando en el primer día, mientras su abuela hojea los libros para ver si será capaz de ayudarle este año con sus deberes. Comprueba aliviada que sí, que aún puede. Porque para la abuela, que el niño comience primaria es un salto tremendo en su tiempo subjetivo. Y se siente triste porque el niño lo sea cada vez menos, y contenta porque le gusta la idea que tiene del hombrecito en el que se va a convertir. Con su ayuda y con la del colegio.
jueves, septiembre 09, 2010
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