El alcohol hace estragos entre los jóvenes: los vuelve eufóricos, más babayos, lenguaraces, atrevidos, insolentes.
Dos chicos de bien hablan en la barra de un bar de Cimavilla. El volumen de la música hace que tengan que forzar la voz y acercarse mucho el uno al otro para escucharse, por eso se lanzan perdigones involuntariamente, mientras sostienen su cuarto ron cola de la noche. Ambos visten con ropa de moda, sin ostentación, como la de la mayoría del bar: todos con prendas de la última temporada de cualquier cadena del grupo Inditex.
Uno, abatido y grave, sermonea al otro: “Nosotros, tío, seremos la primera generación de los últimos siglos que viviremos peor que la generación que nos precede…, que nuestros padres, vaya. Eso sí, sin mediar una guerra de por medio… Las pensiones, la seguridad social y todo lo demás están seriamente en duda. No habrá pasta pa’ pagarlas”. El que escucha le dice que hay que ver que sí, que menuda putada, que es verdad, tío. Y el primero continúa: “Lo peor es que nadie hace nada por evitarlo. Todos nosotros nos resignamos a que ya no haya curro, o curramos en lo que sea cobrando en B, aunque eso suponga que nuestro futuro esté aún más en peligro”. El otro le dice que ya, tío, pero que así es la única forma de pagar la factura del teléfono, o la gasolina, o la conexión a Internet, o todos los gastos que tienen mensualmente. El primero asiente dando un trago a su vaso de tubo: “Es verdad, tío, pero es que somos de lo más conformista. Yo soy abogado y tú eres delineante ¿no?... Ah no, perdona, aparejador. Y yo curro en MacDonalds y tú dibujando en casa y sin asegurar. ¡No jodas, macho! Lo que somos es gilipollas”. Mientras pide otras dos copas escuchando la bronca de su amigo, frunce el ceño y le replica que qué quiere que haga, que bastante es que pueda pagar el alquiler. Al oír esto el primero se enciende, deja su copa dando un golpe con ella en la barra, le agarra del hombro con fuerza y le zarandea gritando con voz engolada: “¡Pues luchar, coño, tomar el Palacio de Invierno, la Bastilla…! ¡Hacer la revolución, que no será televisada!”.
Se ríen fraternalmente y comienzan a gritar levantando los brazos como vikingos: “¡eehhh!”. Al hacerlo empujan a un grupo de chicas, que les miran mal, y el camarero, amigo suyo, les dice que dejen de hacer el jabalí. Salen del bar y se dirigen a otro planeando el golpe al sistema que recupere el sistema. Tras tres copas más tienen el plan completado.
A la mañana siguiente se levantan cada uno en su casa. A los dos les duele mucho la cabeza. Uno toma un ibuprofeno; el otro, un paracetamol. Encienden la tele, se tumban en sus sofás y casi no recuerdan nada de la noche anterior.
jueves, septiembre 16, 2010
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1 comentario:
Como la vida misma. Qué bien has captado esa conjunción de malestar, deseos de revolución, alcohol y conformismo en los bares, las iglesias románicas de nuestro milenio...
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