Tras quitarse la corbata y los zapatos puso Teledeporte. Hacía años que no veía ciclismo. Sabía por la prensa, y por lo que le contaba su padre, de los triunfos de Contador en el Tour, de su batalla de este año con Andy Schleck…, pero llevaba sin ver una etapa desde los años de Armstrong, y esos no los recordaba muy bien; los que sí recordaba eran los años de Indurain…, y las siestas, cuando era estudiante, a ritmo de pedalada. Ahora le daba la sensación de que el ciclismo había desaparecido de la actualidad, barrido por otros deportes. De hecho, le extrañó que no pusiesen la Vuelta en la 1 o en la 2. Pensó, con su mente de analista de mercados, que el esfuerzo extremo de este deporte no casaba muy bien con la bonanza del país de los últimos 90 y de los primeros 2000, más proclives a la Fórmula 1 o a la Copa del América. Quizá la actual coyuntura económica devolviese los deportes de superación al “prime time”.
Tras unos minutos tumbado en el sofá, observando el rodar parsimonioso del pelotón, se fue sumiendo en un duermevela que le hizo retroceder 30 años. Y se vio sentado sobre la alfombra, frente a aquel televisor Telefunken en una primavera cualquiera de los primeros 80, rodeado de chapas de CocaCola, de Kas y de Cinzano (las más cotizadas), decoradas con pegatinas de Eduardo Chozas, Benard Hinault, Marino Lejarreta o Álvaro Pino, todas ellas bien rellenas de plastilina y alguna de ellas “acristaladas” con un pequeño vidrio que protegía la cara del ciclista. Sólo los ciclistas elegidos tenía cristal, sus favoritos: José Luis Laguía, rey de la montaña y Laurent Fignon, el carácter. A él le gustaba el francés porque tenía mala leche y, como él, llevaba gafas. Y con gafas y todo era el más chulo del pelotón. De hecho, recordaba haber ido a Óptica Navarro a comprar unas cuando tenía 8 ó 9 años, y elegir unas parecidas a las del ciclista, y que su madre, al llegar a casa, había bromeado con su padre con un: “Mira al John Lennon que te traigo”. Y que él, que por entonces no sabía ni quién eran los Beatles, le había puntualizado: “Son como las de Fignon, papá”.
Y a punto de dormirse recordó que estaba viendo la Vuelta porque un compañero de trabajo le había dicho que había muerto Laurent Fignon. Se incorporó y llamó a su padre. Tras un poco de conversación intrascendente, escuchando el eco de la Vuelta que sonaba en la tele al otro lado del teléfono, le dijo: “Papá, ¿sabes que murió Fignon?”. El padre se rio y contestó: “Sí, el martes, creo. Tenía un cáncer. Me acordé de ti al enterarme. Me extrañaba que no me hubieses dicho nada”. “Yo me enteré hoy” respondió, y tras un silencio añadió: “¿Te acuerdas de las gafas que tenía yo de pequeño?”. “Sí, las de Lennon, hijo. Que en paz descansen.”
jueves, septiembre 02, 2010
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