jueves, agosto 12, 2010

Explosiones de endorfinas

Los fuegos iluminan la bahía de San Lorenzo y desde el Cerro todo tiene otra perspectiva. Se ve el Muro teñirse de colores, emerger del negro. El ruido y la emoción hacen que él le clave su pequeñas uñas en las manos o le tire del pelo. Le lleva sentado sobre los hombros y ambos miran hacia arriba. A sus casi cuatro años es la segunda vez que ve la gran noche del verano gijones. Y él, con su hijo abrazando su cabeza, recuerda otras noches de los fuegos y comprueba cómo la vida no se planea.

En esta semana de cenas con amigos que hace tiempo que no ve, de comidas familiares…, en estas navidades en medio de agosto, en este tiempo de reunión y de celebración, piensa que la vida le ha traído por caminos que no había previsto.

Es en las fechas señaladas cuando compara: ¿Qué estaba haciendo yo el año pasado el día de los fuegos? ¿Y hace cuatro años? ¿Y hace diez? Y ve cómo su presente no es el que había imaginado no hace mucho. Al terminar la carrera iba a irse de Gijón. Necesitaba vivir fuera, ver cosas nuevas… Y al conocerla a ella cambio sus planes: pospuso su marcha un año y en ese año llegó él. Fue sin querer, una noche como otras muchas. A los 26 años de ambos no era una tragedia, era un motivo de alegría, los dos se querían, pero ambos vieron como sus mapas cambiaban. Y la mayoría del tiempo estaba muy contento, pero había momentos, como la Semana Grande, que le recordaban lo que no sería su vida, o eso pensaba. Llegaban sus amigos de Madrid o de Londres, solteros o sin hijos, y envidiaba su libertad. “Me han ofrecido un puesto en Bruselas y creo que me iré”, le decía uno de ellos ayer. Uno que se moría de risa jugando con su hijo. “¡Está enorme! ¡Vaya paisanín que ye ya!” Y él está orgulloso, pero a ratos siente que lleva puesto un lastre en sus pies. Y sabe que su chica también se siente así alguna vez, aunque estuviesen los dos locos con el niño, notaban que ya no tenían los pies ligeros.

Pero ahora, con el peso del niño sobre sus hombros, se siente feliz. No añora nada. Recuerda cómo de joven imaginaba la noche de los fuegos de una forma romántica. La que le vendían las teleseries americanas o las canciones de Bruce Springsteen. Las noches mágicas del 4 de julio, en Gijón, convertido en 14 de agosto. Una noche romántica bajo los fuego de artificio. Nunca tuvo esa sensación, ese ambiente especial y emocional que se le suponen a los fuegos. Hasta hoy.

Su chica, precavida y práctica, le pide que bajen antes de que haya mucho barullo. Él la mira con los ojos húmedos y le dice: “Quedémonos a que terminen… Estoy feliz”.

Ella continúa mirando al cielo, y le da la mano mientras el niño grita “miiiira”, y les da golpecitos a ambos en la cabeza tras cada explosión.

3 comentarios:

Patty dijo...

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