Quería un gofre de chocolate y caminaba cabizbajo viendo limpiamoquetas, guantes exfoliantes y aparatos para envasar al vacío. Además del gofre, se le habían antojado un globo de Bob Esponja, un avión de forespán, una espada vikinga y una cometa de Toy Story. A todo le habían dicho que no. ¡Vaya asco de Feria! Sus padres no le había satisfecho en nada. Veía a otros niños comiendo algodón de azúcar, galletas de chocolate, o caminado con coches teledirigidos en la mano. Hasta vio uno empujando una minimoto. A sus 7 años se sentía miserable y enfadado. Tanto que no iba ni a llorar una gota. Simplemente caminaba con el ceño fruncido y mostraba una política de no colaboración. “Muévete, que te vas a perder”, le decía su padre que empujaba el carrito en el que iba su hermana pequeña. Incluso cuando le ofrecieron entrar en el castillo hinchable de HC Energía dijo que no, su modus operandi era claro: nada de cambiar de estado de ánimo.
A causa de su deambular errático pasó lo previsible: Tras pararse a mirar unos todoterreno estupendos, giró la cabeza y, entre la multitud, no distinguió a sus padres. Buscó nervioso el carrito de su hermana y le pareció divisarlo a lo lejos. Corrió, y cuando lo alcanzó…, no era su hermana, no era el carrito, no eran sus padres. Intentó volver a los todoterreno, pero tras un rato caminando tenso, no dio con ellos. Respiraba entrecortado y no quería llorar, pero comenzó a hipar sin darse cuenta. La chica del stand de tractores frente al que estaba parado se acercó a él. Era el tercero que había visto perdido en lo que iba de Feria. Le preguntó su nombre y por sus padres. Intentó tranquilizarlo en vano. El protocolo era claro: estar con él un rato a ver si sus padres aparecían, y si en 5 ó 10 minutos no llegaban, llevarlo a las oficinas centrales para anunciarlo. Le enseñó los tractores mientras le decía que no se preocupase, pero él no veía nada, sólo lloraba y pensaba que se iba a quedar a vivir allí toda la vida. A los pocos minutos, aunque a él le parecieron horas, se oyó un: “¡¡¡Alejandro!!!”. Y el niño se dio la vuelta aliviado. “¡Qué susto nos has dado! ¡Que sea la última vez que te sueltas de la silla!”. El niño se abrazó a su madre. “Ya está, no pasa nada…”, decía su padre más tranquilo mientras su hermana de 2 años le miraba sorprendida. “¿Quieres un gofre de chocolate?”, le preguntó su madre, culpable por haberlo perdido de vista y con intenciones de calmarlo. Alejandro negó con la cabeza y dijo: “Quiero ir pa’ casa”. Y en brazos de su padre salieron de la feria mientras él decía: “Papá…, lloré un poco, ¿sabes?”.
jueves, agosto 19, 2010
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3 comentarios:
Es un relato muy muy bonito. Enhorabuena por ello.
Seguiré leyendo.
muy bueno Pela, te ha quedado redondo
Los aviones de porexpan son un clasico de la Feria, te lo digo yo que cada año rompía uno antes de perderme en la fila interminable de los gofres, Salu2
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