Tenía que desconectar ya. No podía esperar a esos quince días de agosto en los que irían a Santi Petri, como casi todos los años. Deseaba olvidarse de la cuenta de resultados y de los cambios que tendría que hacer en su departamento en septiembre. Ahora necesitaba salir de Madrid unos días. Así que decidieron irse de fin de semana. Su mujer, profesora, habló con una compañera del cole que le recomendó una casita rural en Asturias. “Está fenomenal, muy cerca del pueblo de Doctor Mateo”, le dijo. Así que la tarde del viernes se subieron al X5 y condujeron felices al norte entre los “¿faltamucho?” de sus dos hijos.
Tras dejar las maletas se fueron a cenar bocartes, chipirones y tortilla a Colunga. Los niños se durmieron pronto y ellos agradecieron un rato a solas en la cama. Antes de dormir ella le dijo que por qué no dejaba la empresa, que por qué no se ponía como consultor autónomo, lejos del estrés de su gran multinacional. “No digas tonterías, no ganaría un duro. Sería una locura renunciar a nuestra situación económica”, contestó molesto por una conversación recurrente. “Pero estarías más…, como hoy”, susurró ella antes de apagar la luz.
El sábado, tras la mañana en la playa, ella se llevó a los niños al Museo del Jurásico mientras él volvía a la casa a dormir la siesta. Se encontró al dueño reparando una ventana en la casa de al lado. Le saludó y le dijo que lo estaban pasando fenomenal, que eso era vida y no lo de Madrid, que no sabía lo bien que vivían allí. El hombre asintió y le comentó que tenía un hijo trabajando en Madrid y que estaba loco por volver. Una vez dentro, se tumbó y se quedó dormido hasta que un ruido le despertó al rato, un sonido como el de una… ¡¿impresora?! Salió a la ventana y vio una jaula enorme con dos cacatúas. Volvió a tumbarse pero el sonido que emitían los pájaros le hacía pensar en la oficina, en aquellas impresoras antiguas que tenían hacía años. Y comenzó a ver en su cabeza los números de este semestre. Se levantó y de su maleta sacó la Blackberry y le envió un correo al director de producción. Se tumbó de nuevo con un libro entre las manos, pero no leyó ni un párrafo porque se enzarzó en un cruce de mensajes a través de su teléfono. A la hora de la cena fueron a Lastres. Sus hijos no paraban de decir “mira,esosaleenlaserie”, y su mujer caminaba triste a su lado mientras él hablaba por el móvil.
Al día siguiente, de vuelta a Madrid, a la altura de Tordesillas y tras varias conversaciones por el manos libres con el director de logística, su mujer le dijo que no le pidiese más que organizase un fin de semana para desconectar. Él suspiró y agitó la cabeza. Tras un rato de silencio, ella añadió: “Sarna con gusto…”. Y los niños, desde atrás, gritaron: “¡no pica!”.
jueves, junio 24, 2010
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1 comentario:
Me gustan tu historias por reales.
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