Lleva desde noviembre en Madrid y apenas ha vuelto a casa. Ese máster en Derecho Fiscal la tiene viviendo 27 horas al día. Y está contenta. A penas sale por la capital, alguna que otra vez se toma unas cervezas con su compañeros tras preparar un caso, pero no sale los fines de semana. Estudia y trabaja. Quiere ser la mejor, porque necesita conseguir las prácticas por las que todos luchan. No es la más lista, pero curra y se nota. Sus profesores la felicitan. En Oviedo, en la carrera, ella no destacaba tanto, aquí se siente importante, aporta ideas en las clases y en los trabajos en equipo se siente deseada por sus compañeros.
Ayer volvió a Gijón. Es la comunión de su ahijada. Le viene fatal, pero tiene que estar. Desde Navidades no había vuelto a dormir en “su cama”. Se despierta y va a la cocina. “Qué pena que llueva pa’ la comunión”, comenta su madre. Ella pregunta, extrañada, por su padre. “Marchó a la playa… Ahora le ha dado por bañarse todos los días, llueva o no”, dice su madre. Ella ríe. “Pues sí, hija, pero mejor, porque pasó un inviernito muy pesado, sin saber qué hacer por las mañanas.”
Se viste y mira su portátil. No hay correos. En la iglesia mira su Blackberry. Su ahijada, emocionada, la abrazaba de vez en cuando. En la comida le dice que la echa de menos, y que cuándo va a volver de Madrid. Ella se encoge de hombros. Durante el postre mira 12 veces más su móvil. No tiene correos pero sí muchos mensajes y llamadas perdidas, aunque sólo considera uno importante, uno de una compañera del máster que le hace una consulta sobre un caso. Teclea febrilmente la respuesta. Su padre al verla la reprende cariñosamente: “Hija, hoy no toca trabajar”. “Es importante, papá”, responde solemne ella. Ignora los mensajes y llamadas de sus amigas de toda la vida. Casi todos dicen que las llame, que a ver si salen esta noche. “¿Salir? ¡Con lo que tengo que hacer!”, piensa.
En la sobremesa se le acerca su primo, 14 años mayor que ella y que trabajaba en un importante despacho de Madrid. “¿Cómo te va ese máster, primita?” Ella se siente importante y le cuenta con pelos y señales. Él se alegra de que esté tan contenta y le pregunta por su vida social. Ella se queda extrañada. “Ya me parece a mí que la tienes abandonada. No descuides a tus amigos, que esta fiebre estudiantil pasa y hay que cuidar a las personas tanto como los estudios o el trabajo… ¡O más!”
En el coche de camino a casa vuelve a sacar la Blackberry y teclea. Su padre le pregunta: “¡¿Otra vez trabajando?!”. “¡Estoy quedando con estas para salir!”, contesta ella sin levantar la vista. Y su madre mira a su padre, y se sonríen.
jueves, mayo 27, 2010
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
2 comentarios:
cierto, el estudio es importante, pero los amigos lo son mas
precioso.
Publicar un comentario