Publicado en El Comercio de Gijón el 23.05.09
Tras unos cuantos cambios vitales y con un poco de desorientación, me veo en la obligación de buscarme a mí mismo. Para encontrarme he bajado a mi trastero de recuerdos y en él he hallado una postal dinámica que es como un tomavistas de los que se venden -o se vendían- en las tiendas de souvenirs de Covadonga: un pequeño televisor de plástico con diminutas diapositivas y una lente de aumento.
Clic, la Santina; clic, la estatua de Pelayo; clic, el monte Auseva; clic, la fuente de los siete caños...
Hoy mi tomavistas muestra:
Un Seat 127 blanco frente al cartel de una Felechosa nevada. Yo con un mono azul, abultadas botas de descanso y un gorro blanco y rojo. Huevos fritos con chorizo y patatas en el Rápido; y leyendo -o más bien viendo los dibujos de un 'Súper Humor'- en una cama fría y con sábanas con bolas...
Clic.
Una piñata muy grande. Gran fiesta. Un prado en Granda. Mucha familia alrededor. Cumpleaños de mis primas. Mis primos mayores con un palo y una venda en los ojos, mi madre sujetándome para que no me metiese en medio de la batalla ciega contra la abeja de cartón llena de caramelos. Hasta que le abeja sucumbía y liberaba serpentinas, confeti, chicles, matasuegras... y yo corría sonriendo a la rapiña.
Clic.
Unas zapatillas Victoria, un bañador Turbo azul y un niqui blanco. Camino con mi padre por el Muro hasta la caseta de mi abuela, a rayas azules y blancas, en la hilera entre las escaleras 14 y 15. Montañas de arena, carreras ciclistas con ciclistas de plástico y canicas y chapas. Lo más difícil: hacer el túnel, buscar la salida en la arena ya húmeda -eran túneles profundos- hasta ver la luz al otro lado.
Clic.
Una terraza de un café. Sentado los pies no me llegan al suelo. La parte de atrás de los muslos con las marcas del plástico trenzado de la silla -siempre en pantalón corto-. Leche merengada, una gran copa de leche merengada, con canela, con barquillos... Dejo una cucharada en la parte de atrás del paladar y siento cómo se bloquea mi cabeza, cómo se difuminan, por segundos, el paseo de Begoña o la calle Corrida.
Me gusta desempolvar el tomavistas... ¿De aquel niño qué queda? Creo que queda casi todo, si me quito la capa de falsa seguridad con la que caminamos los adultos.
Este sol de primavera presagia helados, pantorrillas quemadas, verdín en las perneras, amigos, familia y romería... Y todas las cosas por las que merece la pena llegar a otros veranos.
Mi vagancia natural, de la que ya había hablado en el primer artículo (aunque más que vagancia es perfecionismo. “¡Tócateloscojones,Mariloli!”), se vuelve a mostrar en el segundo. Este también fue una adaptación de un texto de Xivares. Quería escribir algo más llano, más cercano a todos, a toda una generación. Tirar de nostalgias compartidas suele funcionar en el norte. Somos gente apegada a la tierra y al pasado. Y la infancia es una época generalmente feliz para casi todos, y no necesariamente porque haya sido realmente feliz sino porque el paso del tiempo hace que recordemos lo bueno y tendamos a ir olvidando lo malo. Si no fuese así la existencia se haría casi insoportable.
El juguete del tomavistas me servía para plasmar varios momentos felices de mi vida y el propio tomavistas ya era uno de ellos.
San Isidro y el "apreski" de los primeros 80, cuando hacías noche en la estación, o cerca de ella: Felechosa, Collanzo, Isoba, Puebla de Lillo…, porque el viaje no era tan corto como ahora.
Un cumpleaños de mis primas las gemelas. El prado de Granda, que volverá a aparecer en otros textos. La familia, la fiesta…, lo asturiano de una fiesta de prao. En uno de esos cumpleaños, que creo que sólo fueron dos, pero en mi memoria ocupan muchos gigas, yo iba vestido de asturiano, tenía unos 5 años, y creo que hay una instantánea, metida en una caja de galletas (que es donde guardamos las fotos) en casa de mis padres.
La playa de San Lorenzo, común a todos los lectores del comercio. Los juegos en la arena, comunes a todos los que han ido a cualquier playa. Las referencias a las carreras con canicas y ciclistas de plástico. Aquellos que entonces eran Álvaro Pino, José Luis Laguía, Armand de las Cuevas, Bernard Hianult, Laurent Fignon…
Las terrazas de esos veranos (el toldo de la calle Corrida en donde ponían los partidos del Mundial 82), la ropa, los sabores y las sensaciones de la felicidad sin grandes lujos. De la única posible.
En todo este artículo se puede ver la influencia (o directamente copia: ya os lo digo yo) de un libro maravilloso de un francés que se llama Philippe Delerm: “El primer trago de cerveza”. El libro es una enumeración de cosas cotidianas que nos llenan de felicidad. Un pararse a degustar los pequeños detalles que nos ofrece la vida y que la mayoría de las veces no apreciamos en su justa medida porque en realidad deglutimos experiencias en vez de saborearlas.
Quise que el cierre fuese esperanzador (al igual que el título, que lo suelo poner al final) porque el exceso de mirada al pasado, la idealización del mismo, en muchas ocasiones tiene un tufillo de “bajona” que yo NO quiero transmitir. Por eso esa mirada hacia el futuro final, para construir nuevos y buenos recuerdos que están por llegar.
lunes, septiembre 14, 2009
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6 comentarios:
para quien desee sufrir:
http://rinconsuperpobladodelolvido.blogspot.com/
En los valles también hay luz
me gusta tu blog ;}
un beso desde Bauru
Thais
Arte define no solo al artista sino al hombre que desea soslayar el impulso de crear nueva vida con sus propias manos.
me confundio un poco lo que escribiste, sera que no lo entendi bien.
http://generacionxfacundo.wordpress.com/
Hola, amigo...se nota que tienes don de poeta. Felicitaciones...
pasa por mi sitio cuando quieras. Es www.elcentropuntual.blogspot.com
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