viernes, abril 08, 2005

Escuchando la vida (tercera entrega)

Me impresiona la poesía de Luis Rosales. Me impresiona profundamente. No es un goce racional, pues hay imágenes que no asimilo con la parte consciente del cerebro. Hay versos que los disfruto con el bulbo raquídeo, con mi parte reptil, o, al menos, a medido camino entre el reptil que fui y el hombre que creo ser…


Palabras para algo más que un dolor

Había vivido varias rupturas y nunca se había considerado la buena de la película. Asumía, generalmente de buen grado, su cuota de culpa. No es que fuese insensible, simplemente era práctica.

Desconfiaba del amor decimonónico, o al menos sabía que no se podía conjugar con el “para toda la vida”. Había superado el pensamiento imperante –por decirlo de alguna forma. Se enamoraba sucesivamente… y así era como ella entendía que debía ser.

Ellos no siempre comprendían su filosofía. Algunos sí compartían su postura, lo cual facilitaba las cosas. Otros, en cambio, se sentían estafados –siempre y cuando se diesen cuenta de que ella era así: al menos fiel así misma. Pero la mayoría se ofendían seriamente, pues no comprendían que cuando ella decía “te quiero”, aquello no fuera para siempre. Estos últimos eran los que en los momentos como este, en las rupturas, solían ser los más inquisitivos. Querían detalles de todo tipo, los más escabrosos: el “con quién”, el “en dónde”, el “cuántas veces”, el “cómo” y sobre todo el “por qué”. A ella le incomodaba profundamente esta situación, esta escena a la que nunca acababa de acostumbrarse. Le molestaba mucho hacerles daño, más daño del que el amor lleva implícito. Ellos querían detalles para torturarse, como si encajando las piezas del puzzle de forma racional el dolor emocional menguase. Ella sabía que no era así, sino más bien al contrario: que el dolor en esos casos crecía. La culpa no era de ellos, en realidad ellos estaban programados, educados, para actuar así.

Sí es cierto que había adquirido con ellos un vínculo del que no esperaban lo mismo. Ella sabía que eso era lo único que se podía reprochar –que no era poco. Pero a ver quién se pone a dar explicaciones de ese tipo cuando comienza una relación… Desgraciadamente, esas explicaciones sólo se dan cuando se acaban… Más que nada porque si no, no se empiezan.

Llegados a este punto ella sólo podía decirles:

"Lo que no quieras oír, no lo preguntes".

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