Una fábula contada por un idiota
Él no había conocido a otra, y no digo ya bíblicamente, sino que no había conocido a otra en sus buenos y malos días, en la rutina, en sus despertares con el pelo alborotado, en los días en que ellas no quieren hablar y preguntas qué les pasa y te dicen que nada... Vamos, que ella había sido la única.
Y también, como tantos, cuando parecía que llegaban a algún sitio, "puto espejismo", ella dijo: “aquí me bajo, que ya...”, y no dio muchas más explicaciones. Él tampoco sabía muy bien lo que pasaba, nunca había pensado mucho en ello, pensaba que las cosas iban bien, que era así..., que se suponía debía de ser así.
Pero ella no quería eso, decía que ya no era igual -¡Coño, claro que no era igual!- Decía que no veía un futuro -¡Joder, ni yo! No somos videntes-. Lo que él sí veía es que en ese futuro que no era capaz de visualizar estaba ella, no sabía cómo ni dónde, pero ella estaba ahí con él.
Y entonces a él le empezaron a faltar piezas para terminar el puzzle. Lo tenía ya casi encauzado, ya le habían salido las nubes -que eran jodidísimas- la yerba y las vacas pastando..., sólo le faltaba la figura central, las piezas que ella se llevo.
Y así siempre, todos, nunca sabemos si lo que nos va a salir es el castillo de la Selva Negra, el gato con el ovillo de lana, los Girasoles de Van Gogh, o el paisaje alpino.
Siempre perdemos piezas por el camino.
domingo, febrero 20, 2005
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