martes, febrero 15, 2005

¿Dónde está el valor algunas veces?

El valor para enfrentarse a uno mismo.

El diccionario de la RAE, que no uno médico, define la hipocondría como “afección caracterizada por una gran sensibilidad del sistema nervioso con tristeza habitual y preocupación constante y angustiosa por la salud”.

Todo el mundo vive épocas de fortalezas y épocas de miedos atroces. Nosotros, los hipocondríacos, vivimos más de las últimas que de las primeras. Interpretamos cualquier gesto de nuestro cuerpo como trágica mutación. Multiplicamos los peligros, los vemos con lupa de tropecientos mil aumentos. Y aunque intentemos racionalizar, de poco sirve.

¡Ay! La hipocondría y otras neurosis...

La mente juega malas pasadas, y llevar al enemigo dentro impide huir. Se impone el diálogo, aunque en estos casos, a veces, necesitas un negociador, alguien que te ayude a lidiar contigo mismo. Cuando la situación es de cielo de tormenta y parece que tus recuerdos felices son los vividos por otra persona, se impone un “hasta aquí”.

Hasta aquí el estar mal, hasta aquí el miedo a pedir ayuda, hasta aquí el acumular borrascas.


Ahora, y con ayuda, voy a hacer que el sol brille. Y sé que la mayoría de los días serán, como mucho, sólo de resol. Pero un día, no muy lejano -aunque hora parezca que ni a velocidad luz lo alcanzaremos nunca- , sin saber muy bien cómo, sacaremos las gafas negras y las colocaremos sobre la templada sonrisa, con la tranquilidad del que ya sabe que puede capear temporales. Fortalecidos por conocer nuestras querencias.

… Y al final, volverás a reír como otros años.


Trust me.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Uno de los valores, en escritura, es que lo que uno escribe pueda interesar más allá de uno mismo: proyectarse fuera del territorio conocido, dejar que otros animalitos puedan acercarse al refugio, olisqueen y se queden un rato por allí.
El valor, en escritura, es lo único, lo fundamental. Quitarse las gafas negras para atreverse a ver algo; o ponerse las gafas negras después de haber visto el horror. Cojonudo: es un post como mi vida misma (pero siempre siempre mejor en versión escrito).

Anónimo dijo...

Dije: “Hasta aquí”. Está bien. Te hice caso. Pedí ayuda.
Ahora salgo llorosa de mi primera visita al negociador. Digamos que es culpa del cierzo. En todo caso, busco refugio ¿o consuelo? en una librería. Sin querer, me compro "Psiquiatras, psicólogos y otros enfermos", que empieza diciendo: “Hola. Me llamo Rodrigo. Rodrigo Montalvo Letellier. Antes de ir al psiquiatra yo era una persona feliz. Ahora soy disléxico, obsesivo, depresivo y tengo diemo a la muerte, o sea, miedo”. Menos mal que voy a Xivares y me doy de bruces con el valor. ¿QUIÉN DIJO DIEMO?
I trust you, Pelayo. Pero como te equivoques, te hago comer mis gafas de sol.

Anónimo dijo...

¿Qué pone en la lápida de un hipocondríaco?
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¡OS LO DIJE!

Anónimo dijo...

Ya no escribes?