Parte de la liturgia de ir a los toros es tomarse un "gin tonic" antes, durante o después de la corrida.
Ambos tipos de aficionados conviven sentados alrededor del redondel, pero en las ferias de las ciudades de provincias, en donde no hay más de siete u ocho corridas al año, se dan más de los segundos.
Y los toros, todo liturgia, también tienen su liturgia para los espectadores. Hay todo un ritual social adosado a la fiesta. La charla con los amigos al calor de un café, o mejor dicho, al fresco de un combinado espirituoso antes de entrar en la plaza es algo habitual.
Lo agradecen los hosteleros que rodean la plaza de El Bibio, que “hacen su agosto” en las tardes de feria. Lo agradece Miche, que lleva 21 años sirviendo a los taurinos en su cafetería de detrás de los corrales. Él, que no es aficionado –solo ha ido a dos corridas en su vida-, sabe muy bien que esta semana de Begoña ha de reforzar, en las horas previas y posteriores a cada corrida, la plantilla que tiene habitualmente. “La familia echa una mano durante esa hora de jaleo…, porque no es más que una hora, pero es muy intensa. Ponemos unas cuantas copas en poco tiempo, aunque en estos últimos años vendemos más cañas y cafés que copas… Es que la crisis se nota”, dice este llanisco, más aficionado a la música que a la lidia. “Cuando había conciertos en la plaza, que ya casi no hay, sí que vendíamos…”
Pasar a las seis de la tarde por delante de la plaza es ver bullicio, colorido y prisas. Con la corrida comenzada, entre toro y toro, la gente entra y sale con cubalibres y Beefeaters en vasos de sidra de plástico; los más tradicionales, que hasta para beber los hay, sacan la bota de vino. Y es que la fiesta está regada con alcohol, presente casi siempre en los ritos místicos; y siempre, en las celebraciones. Y los toros son mística y celebración. Son una feria que celebra la vida –por paradójico que pueda parecer. Celebran la vida civilizada, en donde la muerte se puede dar solo bajo unas reglas determinadas -pero se da-, para no olvidarnos que estamos aquí cuatro días. Y la solemnidad del momento se mezcla con la frivolidad, como en la vida. Y los graves entendidos, con los frívolos allegados.
Y a aquel que llega desganado al café junto al coso y un amigo le dice “¿Ungintonic?” no se atreve a decir que no, pues es verano, es la Semana Grande, va a los toros, y los vecinos están contentos. Y por vergüenza torera responde: “venga”, y Miche le escancia con cariño la ginebra y la tónica.
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