viernes, julio 22, 2011

Un baño frente a la playa

San Lorenzo visto desde el mar en una lancha de recreo. Un recreo de nietos y abuelo.

A Manolo con la jubilación le llegó el júbilo. A él sí. Comenzó a trabajar con 27 años en Ensidesa y 34 años después se jubiló en Aceralia. Durante sus años laborales tuvo hijos e incluso nietos. Conoció la felicidad y el hastío. La tranquilidad y la inseguridad. Y durante esos 34 años, además de acudir a turnos a la gran acería, no dejó de ir ni una sola semana a pescar. Al Musel en la noches de verano, a sacar docenas de chipirones, a Xivares para lanzar desde la arena, sentado en su silla plegable, y también, los fines de semana, a acantilados de difícil acceso, cuando tiraba a fondo buscando las chopas que tanto triunfaban en las cenas que su mujer preparaba en casa para sus amistades. También se dedicó unos años al río, pero le tiraba más el salitre que las botas de goma.

También salía alguna que otra vez en lancha. En el “yate” como llamaba él a la lancha de recreo de su amigo Mino. “¡Menos mal que tengo un amigu pudiente!” decía. Y es que pescar desde el mar es otra cosa. Tirar una línea o una potera, buscar las zonas donde entran más, los bancos generosos… le encantaba.

Con la jubilación le menguó el dinero y le creció el tiempo. El primer año prejubilado paseaba por Gijón, pescaba a diario y salía con Mino a la mar de vez en cuando. Pero a Mino, cuando se jubiló, “dio-y una ventolera” y marchó a vivir a Fuerteventura, donde vivía su hija. Fue entonces, animado por su mujer “que prefier ser probe a aguantame en casa”, cuando compró “el yate” de Mino. Ahora que el dueño es él lo llama “el chalanu”. Su yerno sacó con él el título de patrón. “A mí edad y estudiando…” le decía con el libro debajo del brazo cuando iban a las clases de navegación.

En los últimos tiempos su yerno va poco a pescar. Mucho trabajo y mucho jaleo con los niños en casa. Son pequeños, gemelos, y dan guerra. Así que ahora va a pescar con un vecino que le llama “capitán”.

Manolo tenía muchas ganas de que llegase este verano. Según su hija, sus nietos todavía eran muy pequeños el verano pasado. “Son un torbellino y en la lancha te la pueden liar. Cuando tengan siete años y naden mejor…” le puso como tope. Y este invierno pasaron la frontera de edad y la natatoria. Él quería llevarlos a bañarse frente a la playa. Salir un día de sol y que viesen Gijón desde la mar. Y el otro día por fin lo hicieron. Su hija, su yerno, los niños y él. Les llevó casi hasta Peñarrubia, después regresaron con una línea tirada y sacaron dos julias. Fondearon un rato frente a San Lorenzo y se bañaron. Después, su yerno y su hija se tiraron a tomar el sol. Mientras, Manolo les explicaba a sus nietos cómo montar un sedal.

Cuando atracaron se sintió feliz. Jorge, el contramaestre del puerto, que estaba en el pantalán, le saludó: “¿Qué tal Manolo? ¿No hubo pesca, hoy? Manolo sonrió y le dijo: “Na, hoy traje a los chiquillos pa’ que se bañasen un rato”. “Eso ye mejor que pescar…” dijo Jorge. Y Manolo no podía estar más de acuerdo.

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