martes, julio 19, 2011

¿Quién quiere California?

Patinar por la noche por un paseo como este no tiene precio.

Rueda ligero por delante del Risk, y aunque sopla un gallego fresco, las preocupaciones y la tensión acumulada de los últimos meses se han ido, y por ello le embarga una sensación de calidez placentera que hace que flote sobre las enormes baldosas del paseo. Terminó su proyecto de fin de carrera hace unos días, pero hasta ayer por la noche, cuando patinaba por este mismo punto y el sol se guardaba tras las bombonas de la Campa Torres, silueteando en su descenso el Elogio del Horizonte, no tuvo sensación de verano. Ayer, en una especie de epifanía, fue consciente de que había cerrado una etapa de su vida y de que se abría otra.

Y fue patinando. Se había comprado el longskate cuando estuvo de Erasmus en Alemania porque echaba de menos el surfing, pero desde que había vuelto a España casi no lo había vuelto a utilizar. Allí sí que se había picado con algunos amigos franceses e ingleses y había aprendido a hacer algún truco: caminar sobre la tabla, y alguna filigrana más que veía en You Tube y que le había dejado algún que otro moratón, pero cuando regresó lo dejó cubrirse de polvo en el trastero. Hasta ayer, que lo recuperó a la vida civil.

Hoy, cuando salió con él de casa, a eso de las 10 de la noche, su madre le dijo que si no estaba mayorín para andarse con patinetes. El comentario le ofendió un poco, pero no podía dejar de pensar que ella quizá tenía un poco de razón. Aunque tampoco es que fuese a ir al skate park del Cerro, para eso sí estaba un poco mayor…, y miedoso.

El patín resultó en Germania un buen sucedáneo del surfing. Y ahora, tras un año alejado de las olas por preparar exámenes y el proyecto, le parece que la única actividad de deslizamiento asequible a su estado físico son las ruedas bajo la tabla. El asfalto te permite un rollete de un mes, y el mar exige una dedicación que él no le había prestado en los últimos tiempos. Aunque las caídas con el patín son duras, es bastante más agradecido. De hecho, ayer se sorprendió de la facilidad con la que volvía a hacer los trucos de siempre.

Ahora mira los edificios del Muro al pasar por las Chaponas, delante del Pery, y sube el volumen de los cascos, se cruza con paseantes, con perros, con practicantes de jogging, con chicas patinadoras, con una pareja de municipales… Piensa que le dirán algo, ni le miran. Se siente fluir, como que encaja con el mundo.

Le gusta esta rutina. Lo hará todas las noches. El Muro medio vacío. Sin molestar a nadie, sin que le molesten.
De pequeño, siempre había soñado con irse a trabajar a EEUU, a California, a vivir esa vida de boardwalk, de paseo marítimo: Venice Beach, Huntington…

Ahora, que ha terminado sus estudios y la realidad está aquí al lado, y va a comenzar a enviar CV, lo que más quisiera es que le saliese un trabajo que le permitiese disfrutar de San Lorenzo Beach por muchos años. Porque rodando con el patín por el muro se siente fluir, se siente uno con la ciudad, con el mundo, con el todo. ¿California? La gente no sabe lo que dice.

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