Las noticias de ayer envuelven los bocadillos de hoy. Por eso, una semana después de su muerte, las fotos de Amy Winehouse se tuestan al sol en las playas, manchadas con el aceite de los filetes empanados y las tortillas.
Mucho se ha escrito en estos días sobre los hábitos de la cantante de soul. También se ha escrito, pero menos, sobre su música. Esta era una noticia que interesaba al universo pop. Ese universo de la cultura donde se dan la mano desde Stephen Hawking hasta Belén Esteban. La noticia de la defunción de Amy, por el tipo de vida que llevaba, era una noticia bengala: intensa y corta.
El porqué de su fallecimiento se desconoce oficialmente, aunque en los bares todo el mundo lo tienen claro. Y es que cuatro años de fiesta algunas veces traen resacas de este tipo. ¿Que pudo haber sido por un catarro? Pues sí, pero la mujer del César no solo ha de ser honrada… Y la talentosa cantante vivía -y la vendían- con sus excesos. Ahora la pobre ha muerto. Y digo “la pobre”, aunque algunos chiquillos sigan idolatrando a los héroes románticos.
Soy de los que piensan que a los 27 aún queda mucha obra por crear, mucha vida por vivir, muchas patas que meter. Los hay que dicen que morir joven es la forma de no arruinar una carrera. Es famosa la frase atribuida a James Dean de “Vive deprisa, muere joven y deja un bonito cadáver”. Él lo hizo y nos dejó tres peliculones y una leyenda.
Y es que, por definición, para que algo sea perfecto tiene que estar terminado, no en proceso. Y la muerte pone el punto y final en las vidas, en las carreras.
Amy solo hizo dos discos. El segundo, escrito por ella, recuperó el soul para las emisoras comerciales, para el público general, y eso la honra. Pero ella no llegó a dar conciertos de relumbrón, ni su obra ha marcado a una generación, ni ha creado una escuela. Es más, desgraciadamente, son sonados sus tambaleos por los escenarios. Para ella se ha puesto el punto y final. Quizá publiquen canciones que ya tenía grabadas, como hacen con casi todos los artistas finados, pero no habrá más discos y no habrá más escándalos.
Cuando pienso en las muertes del tan nombrado club de los 27 (Joplin, Hendrix, Cobain, Morrison…) recuerdo un poema de Rubén Darío, fan de los simbolistas franceses, esos precursores de los artistas pop atormentados y excesivos en el que llama a los poetas “torres de Dios”, “pararrayos celestes”.
Se puede crear una obra perfecta, pero la vida no tiene porque ser una obra, aunque esta sociedad adolescente siga devorando personas como si fuesen solo personajes. Como cantaba Arturh Lee: “Las noticias de hoy serán las películas del mañana” y el guión lo escriben los publicistas y los periódicos. Cuando tienes una chispa en ti, si la sociedad y los medios te dan con su fuelle, es más fácil que ardas.
Pobre Amy.
viernes, julio 29, 2011
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