“110.000 asturianos sufren ansiedad” leí en este mismo periódico esta semana. Supone un 11% de la población total y la cifra no es muy diferente a la del resto de Europa. A priori podríamos pensar que esto tiene que ver con la crisis económica que estamos pasando, pero en la noticia, el catedrático de Psiquiatría Julio Bobes indicaba que las cifras llevan repitiéndose de manera muy similar en las tres últimas décadas. Y es que la depresión y la ansiedad que sufrimos en Occidente tiene más que ver con la abundancia que con la escasez. Por favor, no me tiren piedras aún.
En la noticia citaban varios ejemplos que daba el catedrático para explicar por qué ahora la ansiedad y la depresión son dolencias tan extendidas: antes los duelos –ya fueran por la muerte de un ser querido, por una separación, por la pérdida de trabajo…– se sobrellevaban amparados por un entorno social y duraban lo que tenían que durar. En la sociedad actual los entornos cada vez son más frágiles y efímeros y el ritmo vital no da treguas para duelos.
Basta con leer al pensador y ensayista francés Gilles Lipovetsky para darnos cuenta de que en esta sociedad, en la que se nos dice que todo es posible y que de nosotros depende llegar a ser felices, nos hemos convertido en el burro detrás de la zanahoria. Y lo que hacemos es agotarnos y frustrarnos. En un libro-entrevista que se titula “La sociedad de la decepción” o en el amplio ensayo “La felicidad paradójica” nos da argumentos y ejemplos de cómo nosotros, occidentales modernos, a pesar de vivir en el mundo más evolucionado, o precisamente por eso, somos los seres más frustrados y decepcionados de la Historia.
Si han leído ustedes a Punset, o a los amigos de Punset que salen en sus libros y saben mucho, sabrán también que la zanahoria es la felicidad, y que la felicidad está en la sala de espera de la felicidad. Siempre en potencia, nunca en acto.
Hace unos cuantos siglos decía el príncipe Siddharta que para dejar de sufrir hay que dejar de desear. A los occidentales que comienzan a arañar las enseñanzas del budismo les parece que sin deseo no hay acción, no hay emoción. Si vamos a la etimología de la palabra “emoción” veremos que quiere decir “moverse hacia”. Las emociones nos mueven hacia algo. Los deseos nos mueven hacia algo y el mundo actual vende emociones, cambio.
Quizá parte del problema que hace a la gente tomar ansiolíticos es que ahora nos movemos hacia todo y hacia nada a la vez. No paramos de movernos para no llegar nunca. Porque cuando creemos que hemos llegado ya nos han -nos hemos- cambiado la meta.
Al final como decía Victor Frank –cito a otro psiquiatra- somos “El hombre en busca de sentido”.
Discúlpenme hoy tanta cita, tanto empacho.
viernes, julio 15, 2011
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