¿Qué sería de un verano sin rock? Monkey Club: una nueva sala de siempre frente a la Escalerona.
Abandonan Castilla por la autopista del Huerna. Ayer tocaron en Valladolid. Este verano están en racha. Las revistas más de moda les señalan como uno de los grupos indies revelación. Venden pocos discos y a sus conciertos no va mucha gente, pero ya han subido al escenario de algún festival gordo y han aparecido en varias revistas de tendencias. Todos tienen otros trabajos para vivir, pero en los dos últimos meses tocan todos los fines de semana. Y hay algunos que ganan pasta y todo.
En la furgoneta, que conduce su road manager –el que sabe dónde actúan y dónde duermen- , viajan ellos cuatro, sus instrumentos y su merchandising: camisetas, discos y chapas… La música es un negocio extraño hoy en día.
Tres duermen. El guitarrista interroga al chofer: “¿Cómo dices que se llama la sala?”. “Monkey Club” contesta desganado el que va aferrado al volante. “No me suena” replica él frunciendo el ceño. “Es que es nueva, pero hace el sonido el que estaba en el Savoy, aquella en la que tocasteis hace un año, un tal Silver, ¿te acuerdas?” le informa mientras cambia de marcha. Él vuelve a fruncir el ceño y le mira: “Sí, sí ya se quién es. Sonamos bien ese día. ¿Y por qué no tocamos en el Savoy esta vez?”. “Ha cerrado” dice seco el road manager, cansado de interrogatorio. El guitarrista no ceja en su empeño, le gusta saber dónde toca. “Así que esta es nueva…” comenta entre dientes. “No, nueva no es. Es una sala que lleva mucho tiempo, pero ahora la han cogido unos chavales que llevaban el Casino de Gijón y le han dado un aire nuevo…” El guitarrista mira por la ventana y tras unos segundos añade para cerciorarse: “Pero el que hace el sonido es el que estaba en el Savoy, ¿no?”. Sin quitar los ojos de la carretera el conductor asiente. “¿Y ha habido pegada de carteles y eso?” “Sí, sí, está todo hecho por el libro. Son gente que controla y la sala funciona con dos conciertos a la semana.” El tono del chofer es ahora el de mánager cansado. El guitarrista sabe que ha de dejar de preguntar y apoya la cabeza en el cristal de la ventanilla. Con la suave vibración de la marcha sobre el cráneo se queda roque.
Al acercarse a Gijón por la Minera solo el conductor repara en la vista del mar. Los demás siguen durmiendo. Conduce hasta llegar a la Escalerona y monta la furgo en un bordillo para bajar amplis e instrumentos. “¡Ya llegamos, marmotas!” les despierta. Los cuatro músicos se desperezan y bajan del vehículo. Hace sol pero no mucho calor, son las 4,30 de la tarde y Silver sale de la sala y le tiende la mano al mánager. Dos de ellos cruzan para ver la playa de cerca. El guitarrista y el batería hablan con Silver sobre cómo se hará la prueba de sonido. Comienzan a descargar los bártulos con cuidado, y el bajista y el cantante cruzan corriendo. “¡¿Nos damos un baño rápido antes de montar?!” propone el cantante. El guitarrista que porta esforzado una mochila con pedales, una funda de bajo y una de guitarra le fulmina con la mirada. El road manager media en esa conversación sin palabras: “Primero montamos y probamos, y luego ya veremos”. Con cara de resignación mira a Silver. “Es lo que tiene que la sala este frente a la playa. Si hace bueno la tentación es muy grande”. El mánager sonríe y añade: “¡Y estos caen en la tentación con bastante facilidad!”.
miércoles, julio 13, 2011
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