jueves, noviembre 04, 2010

¿Quién sabe dónde? ¿Quién sabe por qué?

Lee atenta la noticia frente al café de las diez. Sus compañeros, también funcionarios, hablan pero ella esta sumergida en la tinta del diario. Siempre le han inquietado estas cosas. Recuerda ver a Paco Lobatón, siendo ella casi una niña, en aquel programa de interés social en el que intentaban averiguar el paradero de personas desaparecidas. Recuerda, cómo, en ocasiones, la persona hallada maldecía al espacio televisivo, e incluso a la madre del popular presentador. Era casi una constante. Recordaba reírse en casa con su hermano mayor, que decía que ese quería que le dejasen en paz. El que huye no quiere que le encuentren.

Al saber sobre el taxista encontrado, tras semanas de búsqueda y movilizaciones, y sobre su mutismo, le vuelve a dar por pensar qué es lo que se le pasará por la cabeza a alguien que quiere desaparecer de su vida, borrar su nombre, su identidad y vivir renacido. Entiende, o puede entender, al huido de la justicia, al que le acucian las deudas, al que teme por su vida. Pero en la mayoría de los casos, piensa ella, lo que a uno le hace tener los pies tan ligeros es un hambre no saciada, una vida que no puede enderezarse y un reseteo que quizá se antoja más sencillo de lo que uno puede pensar. Aunque también sabe que hay gente muy fría, que deja atrás todo sin volverse siquiera mirar. Porque una cosa es irse y otra no volver. Y peor aún, no volver a saber. Lo ha visto en las películas, protección de testigos, una vida nueva, parece más común de los que pensamos. Pero ella, que no tiene la sangre tan fría, no podría hacerlo nunca. No podría pensar que los que quiere o ha querido estuviesen sufriendo por la incertidumbre. ¿Por qué los que huyen no dejan una nota diciendo que se van? Conoce la respuesta: porque les buscarían y querrían saber por qué. Y el huido no se atrevería a responder.

Y bebiéndose el café a sorbitos, justo antes de volver a su mesa, de volver a su vida tranquila, segura y predecible, justo antes de llamar a su marido, se dio cuenta de que no pensaba en el taxista, pensaba en ella y en cómo alguna vez, al volver en coche de Oviedo a su casa de Gijón, había estado tentada de continuar rumbo a Santander, en una fantasía que duraba una décima de segundo, pero que por épocas era recurrente, y le hacía reír y a la vez la inquietaba. Y es que, aunque está satisfecha con su vida, sabe que todo el mundo, de alguna manera, tiene un corazón hambriento.

1 comentario:

Eria.. dijo...

Que bien describes las cosas siempre... y el ultimo parrafo es genial. Un saludo.