¿Cuánto tiempo hacía que no le veía? Mucho, muchísimo.
Estuvimos durante una hora frente a unas cervezas, comiendo y derramando pasas, almendras y recuerdos sobre la barra.
Cabalgamos juntos durante años hasta que un día desmontamos, afortunadamente para ambos.
Ahora estaba jodido, recientemente jodido. Me decía que se sentía un poco como antes, eso en los mejores momentos. Que había vuelto a ese tipo de vida. De vuelta a las copas y las risas de noche, y a los bajones de tarde.
Yo aún recuerdo cuando los días los contábamos por el número de copas bebidas, y no teníamos ningún remordimiento. Hacíamos lo que esperábamos, era lo que teníamos planeado y lo que nos tocaba. Parece que fue ayer. Éramos jóvenes y de aquello ya hace más de diez años. Creímos que aquello no se acabaría nunca, aunque en el fondo sabíamos que tenía fecha de caducidad, de hecho hasta lo deseábamos. Y le pusimos fin por eso, porque quisimos. Las cosas buenas tienen que terminar. Por eso Aquiles envidia a los mortales.
Pero la vida cambia de argumento más de una vez. Y a veces no somos nosotros los guionistas. Casi nunca. Ahora le habían hecho un remake de sus tiempos pasados.
Me decía que había estado muy bien varios años. Muy feliz, moderadamente feliz, después tirando, luego mal y después… las cosas se acabaron entre ellos. Igual que se habían acabado antes nuestros días de vino y rosas.
Ahora había vuelto a las noches y se estaba acomodando, pero a ratos sentía que no pertenecía a ese sitio, a esas costumbres. “No tengo edad” decía, mientras me proponía ir a tomarnos otra cerveza.
Con arrugas alrededor de los ojos, con canas y menos pelo. Más sabios, deseando serlo menos. Cuando la experiencia entra por la puerta, la frescura y la inocencia salen por la ventana.
Pero ya sabía que debía dejar de correr contra el viento y estaba aprendiendo a dejarse fluir.
martes, agosto 12, 2008
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