jueves, enero 05, 2006

Escuchando la vida (séptima entrega)

Una de Navidad

—Fue frente al Wha?, hijo, yo había salido de otro café y estaba un poco borracho…, bueno, bastante borracho. Me había enfadado con la terca de tu abuela y había cogido el tren hasta el Greenwich Village y me había puesto a beber cerveza con unos irlandeses. Fue sin querer, por la torpeza de estos pies planos, que tu hermano ha heredado…, y también porque ocho pintas de Guiness son mucha Guiness… Y allí ocurrió: Choqué con él. Le golpeé con el codo en el costado. Él estaba muy delgado y perdió el equilibrio. Cayó al suelo y se abrió el estuche en el que llevaba su guitarra. “Perdona”, le dije. “No pasa nada, amigo. Todos nos hemos emborrachado alguna vez…”, me contestó. Yo, mientras le ayudaba a levantarse, le invité a tomarnos una copa en un bar. Y él me dijo muy serio: “A estas horas no, amigo. Lo mejor que puede hacer es irse a su casa y dormir un poco”. Y luego dijo cuando se alejaba: “Parece que va a caer una buena…”. Sí, sí, dijo eso…


Esa es la anécdota que mi abuelo contaba todas las navidades. Todas, todas. En cuanto se tomaba unas copas de vino... Siempre tocaba. Era el punto álgido de su vida de emigrante. El punto álgido de sus años en América. Supongo que el punto álgido de su vida en general. Da igual que haya tenido tres hijos -entre ellos mi madre- o que haya levantado una pequeña empresa de la que viven unas cuantas familias. Todo eso no tiene importancia… Lo que recordaba a sus setenta y muchos años, y sentía que tenía que transmitir a sus nietos, era el día que conoció a Bob Dylan.

Mi madre, mis hermanos y primos estaban hartos de esa historia. A mí me gustaba escucharla. En su casa sólo había discos de Dylan. Ni un disco más. Ni siquiera de mi abuela, de mi madre o de mis tíos, ni uno más. Y jamás se ponían. De hecho, no tenían tocadiscos…

Ahora los tengo yo. Nadie más los quiso.



A mis amigos ya les he contado en más de una ocasión que mi abuelo conoció a Dylan. Mi novia pone mala cara cada vez que me arranco con la anécdota. "¡Ya estamos con el dichoso musiquito!", dice siempre. Creo que como esto siga así, terminaré contándoselo a mis nietos, que no sabrán ni quién era Bob Dylan…

7 comentarios:

Anónimo dijo...

La historia es tan buena que no puede ser real, y si lo es, que vivan las anécdotas. En cualquier caso, la mezcla, la simple idea de tener un abuelo que hubiera conocido a Bob Dylan en el mismo NYC, resulta explosiva. Y, quién sabe, puede que tus nietos recobren el buen gusto por Dylan...

Anónimo dijo...

¿y tú dónde has estado todo este tiempo? ... buscando a Dylan? buscando ilusión? si es así, tal vez hayas encontrado ... es muy bonita la anécdota ... bienvenido.

Anónimo dijo...

Hola!
la anécdota es muy buena, pero mejor aún es cómo la cuentas.
Leí algo de tu blog, eres un tío estupendo, buena suerte! :)

El Malvado Ming dijo...

Se non è vero, è bene trovato.
Mola.

Anónimo dijo...

Acabo de leer este post, y me ha puesto los pelos de punta. Me gusta mucho tu blog, un beso de una asturiana en North-America.

Anónimo dijo...

xivares me sorprendió y pinché.
encantada d leerte.
bonita la historia amigo.
yo diria q era el savoy.
m nacieron en xixon.nunca estuve en esa playa,la d xivares claro!
mi ciudad ahora es barcelona.
he leido libros q tu has leido.
he visto pelis q tu has visto.
he leido poemas q tu has leido.
he vivido donde tu has vivido...

Anónimo dijo...

cada vez q vuelvo,m digo q guapo!

GIJON M GUSTA.

GIJON YE GUAPU.