De pequeño, pequeño de pantalón corto y jersey de lana gorda con cenefas, me asustaba recorrer solo el pasillo de la casa de mi abuela. Era largo, muy largo y oscuro. La vida en esa casa se hacía en la salita y en la cocina, y al otro extremo del pasillo estaba el salón, que nunca se utilizaba. Alguna vez, si yo tenía que ir para algo, a coger alguna cosa, me moría de miedo cruzando el angosto recorrido de techos altos. Normalmente venía mi primo, un año mayor que yo, conmigo y entonces la vergüenza torera de ambos o esa merma que sufre el miedo cuando es compartido, nos hacia caminar erguidos y decididos. Pero ay si tenía que ir solo, un miedo atroz se apoderaba de mí. Veía espíritus, vampiros…: criaturas infantiles y terroríficas, esas a las que un niño teme más por ser irracionales. Porque para mí, de aquella, todo era irracional, hasta los semáforos… y si los semáforos eran reales, por qué no iban a serlo los fantasmas.
Mi abuela, para que no pasase miedo, me decía que caminase haciendo una cruz con los dedos índices de las manos, que así ahuyentaría a los demonios. Lo irracional se combate con lo irracional. De esa forma, tranquilo, mientras mantuviese la cruz al caminar, avanzaba por el largo pasillo como un buscador de agua con un zahorí dactilar, como un buscador de seguridades en un mundo que ya se adivinaba inseguro.
Ahora ya sé que nunca seré un superhombre, y que me viene de lejos…
A veces sigo caminando haciendo la cruz con los dedos, pero ya no es lo mismo.
miércoles, junio 15, 2005
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1 comentario:
Y tu mirada literaria mueve hacia un difuso bienestar en las mañanas de miércoles laboral.
Yo estoy hecha para leer y poco más (alguna otra cosa indecible sin confianza).
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