Un cruasán con bechamel

¿Qué no olvidará ella de Gijón? La playa, los bares y… aquel “matafame” nocturno frente a la playa.


Ella informa a sus dos amigas de que llueve un poco cuando salen del bar, y se lo dice con alegría, pues agradece la temperatura. ¡En Madrid hace tanto calor en julio! Han bailado, reído, discutido y han tenido varios conatos de ligue… que les servirán a las tres para reírse en los próximos meses. Tienen mucha hambre después de los “AbsolutNaranja” y los “BrugalCola”, y aunque lo que más quieren es volver a la habitación triple del hotel, coinciden en que lo mejor sería meter algo en el estómago, para que el viaje de vuelta en Alsa a la capital no se les haga tan duro. Aunque intuyen que será duro, después de un finde de copas, playa y muy poca cama.

En su camino hacia el hotel les preguntan a un grupo de chicos dónde pueden comprar un kebab o algo… Los chicos tras intentar persuadirlas en vano de que se tomen una copa con ellos las dirigen al Asador del Muro. Así que salen decididas hacia el pequeño local matahambre de la escalera dos. En la puerta parece que hay cola. Se asoman para ver con qué pueden mermar su moña y prevenir la resaca. A su lado, en un pequeño banco que hay delante del escaparate unas chicas descalzas, con los tacones en la mano, le hincan el diente a un trozo de pizza.

Por fin, consiguen entrar y se topan con unos treintañeros que aguardan sus viandas en un estado etílico lamentable. Uno de ellos lleva por toda indumentaria un pañal, unas chanclas y una capa que pone “SUPERFRAN SE CASA”. Los amigos de SUPERFRAN despliegan toda su poética alabando la belleza de las tres. Ellas hacen caso omiso y posan sus ojos sobre los cruasanes con bechamel que descansan tras el mostrador. Los borrachines rapsodas se ofrecen a invitarlas. SUPERFRAN hace amago de rebuscar dinero en su pañal. Ellas ni miran. Las dependientas, con la paciencia de Job y haciendo gala de una profesionalidad adquirida a base de horas ante tal panorama, las cobran directamente a ellas cuando extienden sus billetes y las tres salen y se sientan en el banco de fuera, que acaba de quedar libre. A esas horas, y en su estado, la bechamel les parece pura ambrosía.

Los poetas salen moviendo los carrillos, seguidos de su humillado amigo, y se despiden de las tres, no sin antes volver a glosar los atributos femeninos de ellas. Ante tal alarde de sensibilidad, ella, harta ya de moscones, les hace la señal del pajarito. Sus amigas ríen y SUPERFRAN se levanta la capa dejando ver sus posaderas al estilo Gandhi. “¡Vaya joya que se lleva tu futura esposa!” dice una de sus amigas. Y los poetas gritan: “¡SUPERFRAN, SUPERFRAN!”.

Ya no llueve, y sentadas en el banco terminan sus medicinales viandas mientras contemplan la Iglesia de San Pedro iluminada. Sus dos amigas charlan sobre un chico. Ella se abstrae durante un rato y mira la bahía. Hay marea alta y el mar está como un plato. Las luces titilan sobre el agua. Por delante pasan gentes con bocadillos y napolitanas de chocolate. Son transparentes para ella. Está maravillada con la estampa. Tiene una sensación de plenitud total. Ha sido feliz, completamente feliz durante dos días, y esta postal se le está grabando a fuego en la parte emocional de su cerebro. La recordará durante años aparejada a esta sensación.

Puede que solo sea el vodka de su torrente sanguíneo combinado con los carbohidratos lo que le está provocando este aluvión de neurotransmisores positivos. El poder de los cruasanes a ciertas horas es tremendo. Ella no sabe lo que es, lo que sí tiene la sensación es de que, si de algo no se va a olvidar, es de ese tentempié frente al Muro, a las seis de la mañana, viendo cómo comienza a llover mansamente sobre el Cantábrico.