martes, agosto 16, 2011

Colores de verano

La casetas son el símbolo del verano gijonés, la playa urbana y con solera.

Cruza el túnel de Guadarrama y deja a su espalda las vacaciones. Va sentada en el asiento trasero del coche y le pregunta a su madre cuándo volverán a la playa. Su madre contesta que no lo sabe, que el verano que viene. Ella dice que quiere volver a la playa con las tiendas indias. A sus siete años aún no sabe que el recuerdo de las casetas de la playa de Gijón la acompañará de por vida cuando piense en el verano.
Hay elementos que definen una ciudad y los hay que definen una estación. En el grupo de palos y telas de colores de la escalera 14 se dan las dos cosas. Para muchos turistas son la marca distintiva que les dice que no están en una agreste playa de Cádiz sino en una domesticada playa del norte, con ecos de veranos de principios del siglo pasado.
Este año ha habido menos “tiendas de indios” que otros años. Sus padres lo saben, sus amigos y anfitriones gijoneses les han contado que este año hay menos arena en la playa por culpa de la obra del superpuerto y que casi se quedan sin caseta. “Y para nosotros, chica, la caseta es comodísima y una costumbre.”
En estos 10 días de vacaciones tuvieron 6 de playa. Y comprobaron que esas calles de arena son el lugar de tertulia donde los bañistas comentan las últimas noticias o hacen la crónica del evento oficial de la Semana Grande que han visto la tarde anterior.
Ella ahora mira por la ventanilla y se queja a su madre porque tiene sed y se acuerda del señor que vendía “agua del Sahara”, y le gustaría hacer un hoyo en la arena y enterrarse para sentir el frescor de la arena húmeda sobre la piel o volver a meterse dentro de la sombra de la caseta, donde parecía que hacía hasta frío y la reñían por si le daba un golpe a los pantalones colgados y se caían las llaves. “¡Porque esto es para cambiarse, no para jugar!” le decían. Ella, que muchas veces iba cambiada desde el hotel, o desde la casa de los amigos de sus padres, en el barrio de la arena, no entendía por qué no podía jugar en ella si casi nunca había nada
Y es que si las casetas solo fuesen un lugar para cambiarse de ropa hoy en día no tendrían sentido. Sí a principio del siglo pasado, cuando el decoro y la “decencia” se protegían con mimo, pero ahora… Ahora son lugar para guardar la tradición y las amistades más que la ropa o las formas.
La caseta que ella recuerda especialmente es de rayas blancas y azules. Lo sabe porque en varias ocasiones se sintió perdida, a pocos metros de sus padres, entre el mar de personas que se bronceaban, y la vista de la lona a rayas la tranquilizó. Esa lona a rayas que los amigos de sus padres han heredado en su uso de sus padres y abuelos.
En el asiento de al lado hay una bolsa con unos playeros que no cabían en la maleta y varios recuerdos comprados estos días. Ella saca un Bob Esponja sobre una tabla de surf que se le antojó en la Feria de Muestras y deja en la bolsa una acuarela en donde se ven las casetas que tendrá colgadas en el salón de su casa en los próximos 15 años.
Y esa estampa será el sinónimo para ella del verano y la infancia. La luz y la alegría.

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