viernes, julio 08, 2011

¡Rema, rema!

Dar clases con arena entre los dedos.

Ella se pasa todos y cada uno de los días en la playa. Antes, para surfear. Ahora, para dar clases… y surfear sola los ratos que le quedan libres. «Cuando das clase no surfeas. Como mucho coges alguna ola para que los alumnos vean cómo lo tienen que hacer. Con los cursos de iniciación, la mayoría del tiempo lo pasas en la arena, o de pie con el agua por la cintura.»

Dice que enseñando a surfear a otros ella también aprende. Porque el surfing es, sobre todo, saber ver el mar. Y para verlo bien, nada mejor que estar en el agua unas cuantas horas al día. Hay pocas actividades -no me atrevo a llamar al surf simplemente “deporte”, porque es algo más- que sean más exigentes que esta. No solo por la condición física que requiere, sino por la dificultad de la percepción del elemento en el que se desarrolla. Sobre todo cuando llevas un tiempo en el dique seco.

Marina tiene 18 años y ya lleva unos cuantos corriéndose olas. Hace poco más de un año hizo un curso para sacar la titulación de monitora de surf del MEC. Tras varios meses ahorrando como loca para pagarlo y tras otros largos meses recibiendo clases teóricas y prácticas, ahora ya las imparte ella. Forma parte de la Slash Surf School, una de las cuatro o cinco escuelas que imparten clases en el arenal de San Lorenzo.

Algunos surferos de toda la vida miran con recelo la proliferación de estas escuelas. Las olas son un recurso limitado y más gente en el agua significa que se toca a menos por barba. Así que los hay que no quieren que nadie les facilite el camino a los neófitos. Hace diez o veinte años tenías que tener un primo o un vecino que te dejase su tabla para coger tu primera ola. Ahora hay escuelas y alquileres. ¿Es esto malo? Yo creo que no. Al final el invierno siempre acaba diferenciando el grano de la paja.

A ella, de momento, le tocan los grupos de iniciación, casi todos con niños que no compiten aún con los surfistas en las olas de «verdad». Nunca tiene más de 7 alumnos, pues controlarlos en el agua exige mucha concentración, además de conocimientos marítimos y sicología. «El mar divierte, pero a veces también asusta, y hacerles sentir seguros es lo principal para que se aficionen.»

Entre clases come palmeras y helados y fruta. Siempre tiene hambre. El agua agota y el viento extenúa. «Lo peor es dar clases cuando sopla norte o nordeste o cuando llueve. A veces los alumnos quieren suspender la clase, pero otras veces, si son de fuera, madrileños y eso, quieren aprovechar; y ellos tienen mucha moral, pero los profes a veces estamos fritos. Aunque cuando alguno se corre por fin una ola de pie en la tabla, verle la cara de satisfacción da más subidón que pillar tú una buena ola.» Y esa sensación de la primera ola es lo que uno busca repetir en todas las olas que vendrán después. Puede pensar usted que todo esto tiene un poco de yonki. ¡Qué va, señora, es todo literatura! De verdad, mamá…

Marina va a seguir dando clases todo el verano. En otoño Dios dirá. «Quiero hacer Medicina y no sé si la nota me dará para entrar en Oviedo. Si no entro aquí me tendré que ir. Intentaré buscar una ciudad con olas.» Sí, el surfing está presente en todo. Pero les prometo que no es una adicción. Creo…

¿Qué va a hacer Marina con la pasta que gana dando clases? «A ver si me llega para sacarme el carné de conducir, porque es carísimo… Lo quiero para ver si algún día me puedo comprar un coche de segunda y así voy de playas por ahí cuando aquí está plato.» Pues sí, Marina está completamente stoked, enganchada a las olas (igual su nombre la predispone), y ahora está iniciando en ese saludable vicio a otros muchos.

Pero no se preocupen, surferos de antaño hechos a sí mismos, aunque muchos comiencen a pillar espumas, sabemos que solo llegarán al pico los que sigan remando. Y hay que librar unas cuantas series, la más dura, la de la pereza y la vagancia.

Por eso Marina grita a sus alumnos: «¡Rema, rema, dale!», pues sabe que la recompensa merece la pena.

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